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El Hades mitológico
Introducción El Preludio: Hades, Inferno y Meikai En esta sección vamos a intentar analizar y describir el Hades mitológico, el mundo subterráneo donde habita el dios Hades, ese otro mundo con leyes propias, con su particular geografía, poblado por divinidades y seres mitológicos diversos, el otro mundo de los mortales. El diseño del Hades de Kurumada (Meikai) difiere en muchos aspectos con el Hades mitológico del cual se inspira, pues mezcla elementos antiguos con elementos del Inferno descrito por Dante Alighieri en su obra “La Divina Comedia” (concretamente en su primera parte “Infierno”), formado por prisiones, círculos infernales y castigos para los pecadores. Vale la pena analizar uno y otro para tener ambos puntos de vista. El Meikai de Kurumada se compone de 8 prisiones, 3 valles, 10 fosos y 4 esferas. El término Meikai significa Inframundo que, a diferencia del Inframundo griego, incluye el Yomotsu Hirasaka (dominio del Gold Saint de Cáncer). El Meikai corresponde a los infiernos, es algo así como el Tártaro de la mitología griega, allí donde caían aquellos que pecaron durante su existencia. Según la visión ofrecida por el mangaka, el Meikai es el reino de los muertos creado por Hades donde las almas de los humanos difuntos son juzgadas por sus actos en vida y castigadas eternamente en distintas prisiones en función de sus crímenes y pecados. Es el habitáculo de todos los Specters, incluyendo al dios de los muertos Hades. Además, es también el pasaje hacia los Campos Elíseos, lugar donde sólo los elegidos por los dioses pueden llegar. El Más Allá en muchas culturas es la imagen simbólica de la vida después de la muerte, representa la separación del reino de los vivos y el de los muertos. Ambos mundos en muchas de estas concepciones estaban separados por un río que era necesario franquear, pero por lo general evitan, sin embargo, una descripción exacta del más allá, representándolo únicamente, según sea el caso, con la isla de los bienaventurados, el Paraíso, los cielos, así como por el purgatorio, los Infiernos o un mundo subterráneo no bien definido. Según el cristianismo el infierno es aquel lugar (simbólico) para nada agradable al cual van, tras la muerte, las almas de las personas pecadoras y en el cual recibirán una eterna tortura como consecuencia del mal perpetrado durante su vida terrenal. Se opone directamente en la doctrina católica con el cielo, que es aquel lugar en el cual reside Dios junto con los ángeles y los santos y al cual accederán por supuesto aquellas almas bondadosas. La versión griega del más allá resulta más sencilla que la versión de Dante, que inspira en mayor medida el Meikai de Saint Seiya. Aquí tenéis un mapa completo, que intentaremos analizar globalmente, esperamos que os resulte interesante, hemos resaltado los términos utilizados por Kurumada en su versión para que apreciéis mejor las diferencias. El Hades mitológico Los antiguos tenían un concepto muy diferente del infierno que el que conocemos por el cristianismo, que no era sólo un lugar donde las malas personas iban cuando morían. En cambio, era una tierra donde todos, buenos y malos, terminaban sus vidas. En casi todas las mitologías del mundo el más allá de la muerte es oscuro y complejo, y los griegos no eran la excepción. Los griegos eran amantes de la vida, el ideal heroico al que aspiraban consistía en alcanzar la gloria en vida, creían que al morir, las almas de las personas descendían de forma insubstancial al inframundo, término que designa a los diferentes reinos ubicados debajo de la tierra, y, según sus obras en vida, eran dirigidas a un lugar donde pasarían toda la eternidad. De vez en cuando los dioses recompensaban a aquellos mortales por los que habían sentido un amor especial en vida, concediéndoles la inmortalidad en la forma de una estrella, una constelación o una planta. La aventura por excelencia del héroe mítico es la del viaje al Mundo de los Muertos, Tártaro, Inframundo o Infierno, incluso se le llama Hades, como el dios. Se trata de un oscuro y temible reino al que se entra cuando uno muere y del cual ya no se retorna, aunque algunos mortales o semidioses han conseguido descender a sus dominios y luego emerger a la superficie. En la mitología griega, el mundo de la muerte tiene sus raíces mesopotámicas. En ellas, el infierno era un espacio que separaba la corteza terrestre del mar primordial, al cual se llegaba tras atravesar una laguna en una barca tripulada por un barquero (Caronte). El mundo de los muertos estaba separado del de los vivos por el agua de la laguna Estigia (la Abominable) o del río Aqueronte (el Desdichado). Además, estaba regado por otros ríos: el Piriflegetonte (el río portador de fuego), el Cócito (el río Sollozante) y el Leto (el río del olvido). La concepción general de la vida ultramundana es la siguiente: después de la muerte lo único que quedaba era una especie de sombra o espectro, falto de aliento y de sangre, que, de no recibir sepultura, vagaba errante hasta alcanzar la otra orilla de la laguna. Si se cumplía con el rito funerario, el alma del difunto subía a la barca tras haber pagado el pasaje y remaba Caronte por el bosque de Perséfone y la llanura de los asfódelos, hasta la otra orilla. Al bajar de la barca, se abría el pórtico del Hades, custodiado por Cerbero. Le seguían una serie de pasajes: la morada de los niños, muertos en temprana edad; la de los inocentes, condenados por falsa acusación; la de los suicidas, por desgana de vivir; el campo de los suspiros y las lágrimas, donde estaban quienes se consumían por Eros; y, por último, la morada de los guerreros. A continuación una división, donde Minos, Eaco y Radamantis impartían justicia: por el camino de la derecha, y atravesando la mansión de Hades, se llegaba a los Campos Elíseos; por el de la izquierda, al Tártaro, lugar de terribles suplicios para los culpables de faltas imperdonables. El Infierno de la Divina Comedia “La Divina Commedia” de Dante Alighieri es un microcosmos que contiene en su interior la totalidad del mundo medieval, con sus reyes, papas y emperadores, con sus costumbres, su historia, su teología, sus inquisidores, sus intrigas políticas. Y con sus ciencias. La obra es una narración alegórica en verso, de gran precisión y fuerza dramática, en la que se describe el imaginario viaje del poeta (Dante Alighieri) a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Está dividida en tres grandes secciones, que reciben su título de las tres etapas del recorrido, a su vez, cada una de ellas está compuesta de 33 cantos constituidos en tercetos. Para Dante, el número 3 es el símbolo de la Trinidad, es decir, el de la perfección. De acuerdo con el modelo aristotélico, la Tierra es una esfera inmóvil colocada en el centro del universo. La tierra se encuentra habitada en el hemisferio boreal y deshabitada en el hemisferio austral. Dante coloca en el centro del hemisferio austral a Jerusalén, para efectos de simbolizar el origen del cristianismo y el eje de la salvación. Debajo de Jerusalén empieza el “descensus ad ínferos”. El Infierno es una sima inmensa en forma de cono invertido situada en el hemisferio boreal, que se prolonga hasta el centro de la tierra. Tiene nueve niveles que se estrechan hasta llegar al centro de la Tierra, morada de Lucifer, el ángel caído, precipitado al abismo desde el Paraíso. Cada uno de los niveles tiene su especial topografía y sirve como cárcel a diversos grupos de pecadores. A medida que se desciende, los pecados son más atroces y sus castigos más duros. Casi todos los viajeros al Inframundo llegan a “entrevistarse” con Hades, el dios de los Muertos, o con su esposa Perséfone. Dante, que pertenece a otra tradición, se cuelga de las barbas del mismísimo Lucifer, pero no establece una relación personal con él. En cada uno de estos tres mundos Dante se va encontrando con personajes mitológicos, históricos o contemporáneos suyos, cada uno de los cuales simboliza un defecto o virtud, ya sea en el terreno de la política como en el de la religión. Así, los castigos o las recompensas que reciben por sus obras ilustran un esquema universal de valores morales. Durante su periplo a través del Infierno y el Purgatorio, el guía del poeta es Virgilio, alabado por Dante como el representante máximo de la razón. Beatriz, a quien Dante consideró siempre tanto la manifestación como el instrumento de la voluntad divina, lo guía a través del Paraíso. Dante, acompañado por Virgilio, desciende por los círculos infernales. En el primero, el limbo, están los muertos no bautizados; en el segundo, los lujuriosos; en el tercero, los glotones; en el cuarto, los avaros; en el quinto, los iracundos; en el sexto, los herejes y epicúreos, y en el séptimo, los violentos, divididos en tres grupos, violentos contra el prójimo, contra sí mismo y contra Dios. En el octavo nivel se encuentran los fraudulentos, divididos en diez hoyos concéntricos o ‘bolsas’ (malebolgias), y en el noveno, con cuatro zonas, los gigantes, rebeldes a la divinidad, guardianes y condenados a un tiempo, y los traidores agrupados por el objeto de su traición. Los castigos que sufren los condenados se corresponden con la magnitud de sus excesos. Los lujuriosos, por ejemplo, que en vida se dejaron llevar por la pasión, son arrollados por un torbellino que flagela implacablemente sus cuerpos, “la tormenta infernal que nunca para”. Los adivinos y los magos, que sobre la Tierra incitaron a la mirada más allá de los límites establecidos para ver el futuro, son obligados a caminar lentamente con el rostro vuelto hacia atrás, porque “ver hacia delante era su error”. Al final, Dante debe subir el largo y tortuoso cono para salir y “ver de nuevo las estrellas”. En las antípodas de Jerusalén, en el hemisferio desconocido por los seres humanos, está el Purgatorio, sobre las laderas de una montaña escarpadísima que tiene en su cumbre el Paraíso terrenal. Es el lugar de la expiación de los pecados y la purificación del alma. Los pecadores están colocados en dos partes distintas: en el Antepurgatorio, en dos resaltos al pie de la montaña, están los merecedores de la salvación que, sin embargo, murieron excomulgados, y los negligentes, que tardaron en arrepentirse o murieron sin tiempo para hacerlo. En un valle se encuentran los príncipes que, por sus afanes mundanos, desatendieron sus deberes para con sus súbditos y para consigo mismos. Desde allí se accede al Purgatorio propiamente dicho, dividido en siete cornisas, tantas como pecados capitales: en la primera están los orgullosos; en la segunda, los envidiosos; en la tercera, los iracundos; en la cuarta, los indolentes; en la quinta, los avaros y los pródigos; en la sexta, los glotones, y en la séptima, los lujuriosos. Cada una de las cornisas está guardada por el ángel de la virtud contraria al pecado que en ella se expía. Desde el Paraíso terrenal, Dante, guiado ahora por Beatriz, asciende al Empíreo a través de la Esfera de Fuego. La estructura del Paraíso consta de nueve esferas celestes concéntricas contenidas en el Empíreo, “el cielo de la paz divina”, inmaterial e inamovible: los siete cielos de los planetas (Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno), el cielo de las Estrellas Fijas y el Primer Móvil. En el Empíreo moran los beatos, que aparecen ante Dante distribuidos en cielos individuales y le muestran su grado de beatitud. El canto del Paraíso es el de la visión de Dios, a la que Dante llega gracias a la mediación de Beatriz. El anhelo de encontrarse con Dios es lo que anima a Dante a recorrer los tres reinos de ultratumba. La beatitud que emana la visión divina y la luz con que es ungido dejan una huella indeleble en el poeta, que pide a Dios el don de transmitir su experiencia a los demás; solo así el viaje en pos de la purificación, del riesgo de la perdición a la salvación, podrá confortar y guiar a la humanidad en su búsqueda del amor “que mueve el Sol y los demás astros”. Zeus, Poseidón y Hades Se dice que habiendo logrado la victoria en la Titanomaquia, tras diez años de guerra, tras la derrota de Cronos y su ejército de titanes, los tres hijos victoriosos de este y Rea, los Olímpicos (Zeus, Poseidón y Hades) dividieron el botín entre ellos, procedieron a repartirse el reino de su padre. De este modo Zeus acabó quedándose con el cielo, donde reinaría desde el Monte Olimpo, Poseidón con los mares y océanos y, por último, Hades con el Inframundo, un lugar oscuro y siniestro a donde iban a parar aquellos que habían abandonado la vida, pero allí no sólo estaba el reino de los muertos, sino también todo cuanto se encontraba bajo la superficie de la tierra, de ahí que se le asociara con las riquezas de esta, como las cosechas y los minerales. Ello explica porque los romanos lo conocieron con los nombres de Plutón o Dis, que significan "rico". En contra de lo que pueda parecer, Zeus no tenía más poder que sus otros dos hermanos, ya que las tres fuerzas se conjugaban para que el mundo pudiera seguir su curso. De hecho, tal vez el más poderoso de los tres hermanos fuera Poseidón, el dios de esos océanos capaces de arrasar la tierra. Tampoco vayamos a pensar que el poder de Hades era escaso, siendo como era el que equilibraba el número de pobladores en el mundo. Es precisamente Hades el que nos pregunta desde su morada en el Inframundo si es posible un mundo sin muertes, si acaso es posible la vida sin la muerte. No podemos menospreciar el poder de este dios del que nadie quiere hablar ni oír hablar. Hades representa el equilibrio y de él depende que se complete el ciclo de la vida, un ciclo que termina precisamente en su reino del Inframundo. Los tres dioses principales procedieron entonces a encerrar a los derrotados Titanes en el Tártaro. Sin embargo, dado que durante la guerra las Titánides (es decir, Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe y Tetis junto a su esposo Océano) habían permanecido neutrales, no fueron castigadas por Zeus. Los Hecatónquiros quedaron montando guardia sobre ellos a las puertas del Tártaro hasta que, con el tiempo, Zeus los liberó a todos salvo a Atlas. El nombre de Hades puede prestarse a confusión, porque los antiguos griegos lo utilizaban indistintamente para denominar al dios que reinaba el inframundo y para designar al mundo subterráneo mismo, donde se encuentran encerradas las sombras de los seres humanos muertos y algunas criaturas mitológicas como los Titanes. Hades es conocido como un dios lúgubre y amenazador, aplicando a todos sin discriminación la ley de su reino, no se lo considera malo, ni satánico o injusto. Su reino es una prisión de la cual él es su guardián (a menudo se lo representa con una llave en su mano), un lugar los malévolos son castigados y los justos recompensados. El Inframundo clásico: Geografía A los antiguos griegos no les gustaba hablar demasiado de la muerte ni de lo que allí ocurría, por eso nos encontramos con tantos nombres dados al Inframundo. Hades, Tártaro, Averno, Infierno, mundo subterráneo... son todo denominaciones para describir el lugar donde terminaba la vida. Es muy difícil establecer una geografía precisa o describir con exactitud cómo funcionaba el mundo de los muertos, no se ha logrado establecer con certeza, pero vamos a intentarlo pues sí se pueden describir algunos aspectos. La descripción más antigua del inframundo griego puede encontrarse en la Ilíada y la Odisea del autor Homero. Otros como Hesíodo y Virgilio también lo describen de manera similar en sus escritos. No obstante, la Eneida de Virgilio es la obra que cuenta con mayores detalles al respecto, donde las distintas secciones de la tierra de los muertos son descritas como un todo. El inframundo de los muertos era un mundo muy bien organizado que poseía escalas jerárquicas y diferentes lugares un tanto extraños, había reyes, un palacio, un tribunal, siervos y hasta leyes, entre otras cosas. Según Homero, en su obra la Odisea, el Inframundo se encuentra más allá del horizonte occidental, situado en una región privada de sol, más allá del gran río Océano que rodea a la Tierra y las puertas del Sol (poniente), en una costa donde se elevan grandes cantidades de álamos negros. Así le indica Circe a Odiseo (Ulises) como encontrar una de las entradas. Cuando los griegos descubrieron nuevas partes del mundo, otra tradición localizó los Infiernos en el centro de la Tierra, y se conectaba con el mundo de los vivos por cavernas insondables y ríos subterráneos. Los fantasmas eran llevados por el dios Tánatos, dios de la muerte, por su hermano Hipnos, dios del sueño, o por Hermes, mensajero de los dioses, el que guía a los muertos, a través de los hoyos en la Tierra hasta su destino final de descanso en el Hades. Dentro de la mitología griega existían diversas localizaciones donde se consideraba que se encontraba un acceso al inframundo. La tierra de los muertos del mundo antiguo no ha sido visitada por demasiada gente que viviera para contarlo y aquellos que no murieron, bueno … digamos que Orfeo fue un músico, no un cartógrafo; héroes como Eneas y Ulises estaban más interesados en encontrar y hablar con fantasmas que en describir el Inframundo, Hércules tenía que cargar con un perro y que no lo mordiera por el camino, para estar mirando … así que pocas referencias literarias nos dan una idea de lo que los antiguos griegos y romanos creían que encontraría allí después de que se cruzara la barca de Caronte. El reino de Hades era un lugar oscuro y siniestro, al cual llamaban genéricamente Hades, Erebo o Tártaro (ya que existían diversos niveles dentro del mismo), se sistematiza y se le atribuyen varias secciones. Los mitógrafos griegos no son totalmente consistentes sobre la geografía del más allá. - El Erebo: Antesala a las otras regiones, es la primera entrada de los muertos al inframundo, la antesala a las otras regiones. Allí donde entraban las almas de los muertos. Caronte, el barquero, les esperaba para realizar su último viaje a través del río Estigia. Erebo o Erebus significaba "oscuridad", "sombra", y encarnaba las tinieblas que cubrían los ocultos rincones y regiones subterráneos del mundo con sus oscuras nubes de sombría densidad. En alguna parte del Erebo, el territorio de los muertos, gobernado por el dios Hades, se encontraba su palacio de la noche, del sueño y de los sueños, allí residían Cerbero, las Furias, la Muerte y los fallecidos insepultos. - Los Prados o Campos de Asfódelos: Situados en la primera región del Hades, es un lugar gris, chato y nebuloso, cubierto por una niebla oscura y árboles sombríos con ramas caídas inclinadas hacia el suelo que barren el suelo moviéndose lúgubremente, una extensión plagada de murciélagos donde la noche y el día no eran más que un eterno crepúsculo. Los menos afortunados de los mortales pasaban la eternidad vagando sin rumbo. Esencialmente, era una llanura de flores Asfódelos, que también era la comida favorita de los muertos. Se describe como un lugar fantasmal, mucho más precario a la vida en la Tierra. Algunos relatos lo describen como una tierra neutral. Era el lugar donde reposaban las almas de aquellos que tuvieron una vida equilibrada respecto a los conceptos representativos del bien y el mal, almas ordinarias o indiferentes que no cometieron ningún delito significativo pero que también no lograron ningún grandeza o el reconocimiento que justifique que merecen ingresar en los Campos Elíseos. Es decir, sus habitantes no son ni buenos ni malos, y realizan sus monótonas tareas diarias. Otras representaciones también nos cuentan que todos los residentes beben agua del río Lete antes de entrar a los campos, perdiendo así sus identidades y convirtiéndose en algo similar a una máquina. - El Tártaro: era el lugar más profundo, situado por debajo del Hades (no es considerado directamente como parte del mundo subterráneo), un abismo vacío y oscuro, un lugar de expiación, era el destino todo aquel que, en vida, había observado una conducta indigna e inmoral, con el fin de sufrir todo tipo de penas y tormentos eternamente, donde los malos pagaban sus culpas (como el infierno para la religión católica). Cárcel de los dioses, el gran foso del Tártaro consistía en una gran prisión fortificada rodeada por un río de fuego llamado Flegetonte y dotada un triple muro de bronce que sostenía los fundamentos de los océanos y de la tierra. En un principio sirvió exclusivamente como prisión de los antiguos Titanes hijos de Gea, vigilados por los Hecatónquiros (tres gigantes con 50 enormes cabezas y 100 fuertes brazos cada uno, eran dioses de las tormentas y los huracanes que ellos mismos desencadenaban en el Tártaro, los Cíclopes eran sus hermanos y los encargados de fabricar los rayos y los truenos para el dios del Olimpo, Zeus), como castigo por haber desafiado a Zeus y a los otros dioses en la batalla conocida como Titanomaquia, pero luego pasó a ser el calabozo de las almas condenadas de los peores criminales, entre las que se encontraban Ticio, Tántalo y Sísifo, así como todos aquellos desafortunados que hubiesen sido castigados por los dioses, allí el castigo se adecua al crimen. - Los Campos Elíseos o Elíseo: una región bien distinta que nada tenía que ver con la anterior, era donde las almas de aquellos cuya vida había sido ejemplar, guiados siempre por el bien y la honestidad, aquellos especialmente justos y distinguidos por su mérito ético, (como Sócrates que probó su valor suficientemente a través de la filosofía) gozaban de las recompensas de sus acciones (el cielo para los católicos). Era una región bien distinta, gobernada por Radamantis, era la morada de los pocos muertos virtuosos y los favorecidos por los dioses que escapaban de la existencia fantasmal. Héroes como Cadmo, Peleo, Aquiles, y Diomedes fueron transportados aquí después de sus muertes. Allí gozaban de la inmortalidad, disfrutando los placeres de la vida sin necesidad de trabajar. Sus habitantes tenían la posibilidad de regresar al mundo de los vivos, aunque no muchos lo hacían. Cuentan que en el Elíseo nunca hacía ni mucho frío ni mucho calor, que no existía la noche porque el día era eterno y que esa eternidad se ocupaba entre juegos y fiestas. Nunca se explicó cómo se podía ganar el favor de los dioses. - Las Islas de los Bienaventurados o Islas Elíseas: eran islas en el ámbito de Elisión gobernadas por Crono. Cuando un alma lograba entrar en Elisión, tenía la opción o bien de permanecer en el Elíseo o volver a nacer. Si un alma había renacido tres veces y conseguía permanecer en Elysium las tres veces, era enviada a las Islas de los Bienaventurados y era condenada al paraíso eterno. Tanto el Tártaro como el Elíseo podrían ser dimensiones de bolsillo diferentes dentro del Reino del Hades. - Los cinco ríos del Hades eran Aqueronte (el río de la pena), Cocito (lamentos), Flegetonte (fuego), Lete (olvido) y Estigia (odio), que limita con los mundos superiores e inferiores. El reino de los muertos era controlado por Hades, uno de los doce grandes dioses olímpicos (Hades habitualmente es excluido de la lista de los 12 dioses olímpicos porque su reino era lo contrario del Olimpo celestial), y su mujer Perséfone. Este imperio, al que se da a menudo el nombre de su soberano, estaba, según la Ilíada, situado bajo lugares secretos de la Tierra. Entradas al Inframundo ¿Por dónde se podía entrar al inframundo?. El Monte Olimpo era una montaña de la península griega, se podía visitar la casa de los dioses si se escalaba lo suficientemente alto. Y si se iba lo suficientemente lejos hacia el otro lado, en medio de la geología activa del Mediterráneo y sus volcanes, algunas aperturas sulfurosas daban acceso al inframundo. Según Homero, en la Odisea, el Inframundo se encuentra más allá del horizonte occidental, situado en una región privada de sol, más allá del gran río Océano que rodea a la Tierra y las puertas del Sol (poniente), en una costa donde se elevan grandes cantidades de álamos negros, cerca del mar, el camino que conduce hasta allí pasa bajo los confines de la Tierra y cruza el océano primordial. Los poetas menos antiguos dicen que comunica con la tierra por numerosas entradas situadas en cavernas, grietas y lagos profundos. Cuando los griegos descubrieron nuevas partes del mundo, otra tradición localizó los Infiernos en el centro de la Tierra y se conectaban con el mundo de los vivos por cavernas insondables y ríos subterráneos. Los fantasmas eran llevados por Hermes (el que guía a los muertos) a través de los hoyos en la Tierra hasta su destino final de descanso en el Hades. Dentro de la mitología griega existían diversas localizaciones donde se consideraba que se encontraba un acceso al inframundo. Varios lugares de entradas fueron determinados. La mayoría se encuentran en Grecia, cerca de un río o el mar. Otras hipótesis sitúan los infiernos en países lejanos: en Tracia, en la tierra de Escitia (estepas rusas), dominio de los hiperboreanos (en extremo norte del mundo, hoy océano Ártico, algunos suponen que Groenlandia e Islandia son los restos de esta tierra), en la isla de las Hespérides (hoy asociadas a las islas canarias, ubicadas en el Occidente, donde se pone el sol); en la isla de Leuca (o Isla Blanca, una isla mítica dentro del mar Negro), o en Cimeria (la tierra de Conan, ubicada según Homero en el noroeste del mundo, más allá del río océano). Otra era el Tanaerum, extremo sur en Laconia, Peloponeso, al sur de la Grecia continental, por donde se supone que Heracles descendió al inframundo en el último de sus doce trabajos (ir en busca de Cerbero, el perro de tres cabezas que guardaba la entrada del Hades), otras versiones dicen que Heracles entró a través de la Cueva Aquerusia, una gruta a orillas del rio Aqueronte (en este caso es un río que está situado en el Epiro, región noroccidental de Grecia) y que se asumía era una bifurcación de río infernal. No está claro si Heracles regresó a este mundo a través de la salida en Trecén o a través de que a Hermione (la ciudad frente a la isla de Hidra en Argólida oriental), o si lo hizo a través de la salida en el Monte Laphystius en Beocia. Otra estaba situada en la Cueva de Drach, en Mallorca, isla de España en el mar Mediterráneo. En Italia una de estas entradas estaba en el monte Etna, donde también se consideraba que se encontraba la fragua del dios herrero Hefesto. Para los romanos la entrada más famosa, por donde entró Eneas, estaba situada un cráter cercano a la ciudad de Cumas, cráter conocido como Averno, Averno deriva del griego aornos que significa “sin pájaros” y se trata de un lago de agua dulce al sur de Italia, en Campania, no lejos de Capri y Nápoles. Sus aguas estancadas y quizás sulfurosas exhalan olores nocivos y repugnantes. Al parecer estos gases hicieron que la vida en el interior del lago y en sus proximidades fuera casi imposible ya que todas las especies de pájaros perecían si se asentaban en el mismo. Las aves que sobrevuelan el lugar caen asfixiadas, de ahí su nombre. El lago tiene unos tres kilómetros de circunferencia y ocupa el cráter de un volcán extinto. Virgilio, poeta romano muy afamado lo consideró por su aspecto tenebroso como la boca del infierno y su visión subjetiva inspiró una de las tradiciones más asentadas en la tradición romana, ya que de hecho el inframundo recibió el nombre de Averno partir del que se le daba al propio cráter. El viaje de las almas por el Inframundo Todas las mitologías del mundo pretenden conferir al universo sensible de lo cotidiano una esencia invisible, sutil, que se podría denominar “alma” o “espíritu”. Los griegos creían que al morir, las almas de las personas descendían como sombras errantes y carentes de voluntad al Inframundo, conservando las señales de las heridas o las enfermedades que fueron la causa de su muerte, y según sus obras, era a donde terminarían por toda la eternidad, juzgadas después de la muerte y, cuando procedía, eran castigadas en las oscuras regiones infernales del mundo subterráneo, el Erebo y el Tártaro. El proceso que pasa el espíritu de una persona muerta desde que abandona su cuerpo hasta que es asignado a una región del Hades es el siguiente: una vez que las personas morían, sus almas empezaban una peregrinación hacia el mundo inferior. Cuando un muerto es sepultado, en su ceremonia fúnebre sus familiares, parientes o prójimos depositaban un óbolo (moneda) bajo la lengua del difunto o encima de los párpados del cadáver, enterrado como dote. Sea bueno o malo, el dios mensajero Hermes lleva su sombra (alma) y la escolta a las profundidades de la tierra para ser juzgada y conocer su destino final, entrando por cavernas hasta los umbrales del Erebo (reino de las tinieblas). Un lugar subterráneo, tétrico, oscuro y funesto, habitado de formas y sombras incorpóreas, un mundo rodeado por ríos de aguas lentas y estancadas, al cual se accede por una caverna. La entrada se hallaba en una arboleda de álamos negros, muy cercana al mar. Se decía que los muertos descendían al Hades como fantasmas, espíritus o sombras. El Erebo es el lugar de paso que cruzan las sombras a partir del momento de la muerte. Al Erebo iban todas las almas de la gente común y corriente. Se convertían en meras sombras que anhelaban únicamente ser recordadas en vida y que se les hiciesen sacrificios de sangre, para volver a sentirse vivos, aunque fuera por poco tiempo. El río Aqueronte Para los antiguos, el agua era una frontera entre la vida y la muerte. Según Virgilio, el único poeta que describió los Infiernos con precisión, se desciende al Hades por una senda que conduce a la penumbra de las profundidades, los espíritus llegan a un ancho río de aguas turbulentas, el Aqueronte (río de las aflicciones, de la pena o la congoja), entonces la sombra alquila un puesto en la barca del barquero Caronte (un barquero a quien se representa como un viejo muy feo, miserable, siniestro y sombrío, duro, avaro e inflexible, de larga barba gris, que tiene muy mal carácter, de quien que nadie sabe si estaba vivo o muerto, tapado con una capucha a quien nadie jamás vio la cara ni escuchó su voz) que le permite cruzar hasta la otra orilla del Estigia (río del odio y de los juramentos irrevocables), donde se encuentra la puerta que separa el mundo de los vivos y del mundo de los muertos. La barca de Caronte cruzaba el Aqueronte y el Cocito, ríos siniestros que separaban el mundo subterráneo del mundo superior. Siguiendo instrucciones de Hades Caronte no permitía que ningún ser vivo subiera a su barca (con todo, algunos héroes lograron burlar su vigilancia o convencerlo para que hiciera una excepción a la regla) y rechazaba la travesía a los muertos sin sepultura que no podían pagar el óbolo (los pobres, indigentes y los que no tenían amigos ni familiares). A los demás, los sienta en la barca y los lleva a la orilla opuesta. Los muertos insepultos (sin la moneda para abonar el peaje) no podían cruzar el río sin Caronte y quedaban en la orilla, algunas intentaban regresar a la superficie, no obstante, era muy difícil hacerlo, y otras caminaban por la gran ciénaga (del tamaño del Mediterráneo) hasta alcanzar la orilla del Cocito (río de los gemidos), donde lloraban su suerte, atrapados cuales fantasmas entre ambos mundos. El dios Hermes, el encargado de guiar a las almas hasta el Inframundo, no dejaba jamás de vigilarlas Las puertas del Hades y Can Cerbero Los nuevos espíritus guiados por el barquero Caronte llegaban entonces al otro lado del caudal, en los Campos de Asfódelos, donde vagaban hasta que llegaban al umbral de las murallas del reino de Hades, la enorme puerta de bronce que iniciaba el camino sin retorno al más allá era vigilada por el horrible y gigantesco Cerbero. Se dice que junto a las puertas habitan también otras bestias: Centauros, Gorgonas, la Hidra de Lerna, la Quimera, las Harpías y otras más. Cerbero era un perro guardián humanoide de tres cabezas, aunque en algunas versiones llega a tener hasta cincuenta, tenía el lomo erizado de serpientes (en algunas versiones una melena de serpientes), la cola de dragón y sus fauces destilaban veneno, hijo de Tifón y Equidna, fiel servidor de Hades. Pese a su aspecto horroroso, esta bestia no hacía ningún daño a las sombras de los muertos, de hecho deja entrar a las sombras pero no las deja nunca salir; se encargaba de devorar a las almas que intentaban escapar a la superficie, y también atacaba a quienes venían sin haber muerto. Cerbero siempre estaba en guardia para impedir que los vivos entren o que nadie salga. Según la mitología, sólo unos pocos héroes escaparon en alguna ocasión del control de Cerbero y continuar, por tanto, su travesía por el Inframundo: (1)
El poeta y músico Orfeo consiguió enternecerlo con la música
de su lira. Cerberus también se trata de una antigua constelación creada por Johannes Hevelius que aparece por vez primera en su atlas estelar Firmamentum Sobiescianum de 1690. Sus estrellas siempre se han asociado con la constelación de Hércules. En la mayor parte de las representaciones de la constelación aparece una serpiente con tres cabezas -y no un perro- sujetada por la mano de Hércules. Hoy no es considerada una constelación independiente, estando sus estrellas incluidas dentro de la constelación de Hércules. Desembarcada la sombra y tras cruzar las Puertas del Hades estas quedaban completamente cerradas y nadie podía volver, tan sólo pudieron volver a atravesarlas Ulises y Hércules como precio de una batalla, y Orfeo como precio por la pérdida de Eurídice. Tras la puertas del Hades tienen su morada los hijos de Nix (la noche) y los hijos de estos: Moros (el destino) y las oscuras Keres (muertes trágicas), Tánatos (dios de la muerte), Hipnos (dios de sueño) y su tribu de Oniros (los Sueños), Momos (la crítica) y las dolorosas Oizis (dolores), se incluyen los malos placeres como Apate (el engaño) y Filotes (la lujuria), también Geras (la vejez) y la terrible Eris (la Discordia). Junto a las puertas habitan también otras bestias, como centauros, gorgonas, hidras, quimeras, arpías y muchas más. La planicie del Juicio: los Campos de Asfódelos y el Erebo Los espíritus que llegan al Hades pasan entonces a través de los Campos de Asfódelos (llanura de Asfódelos), un lugar gris, chato y nebuloso con árboles de ramas inclinadas hacia el suelo, una llanura silenciosa y llena de flores del mismo nombre. Según las tradiciones, las almas de los muertos estaban encerradas en el Hades sin esperanza de fuga, desarrollando actividades que habían perseguido en vida, pero de forma triste y mecánica, su transición en la llamada pradera de Asfódelos era triste y no ofrecía la posibilidad de vida social, durante su paseo expiran parte de sus faltas. Ahí terminaban por vagar las almas de los muertos, sin rumbo ni sentido, callados y mustios. Los de baja condición eran transformados en arpías. Los espíritus cruzan también el Erebo, situado en la misma llanura de ese tétrico mundo, por el Valle de los lamentos, escoltados por Cerbero en su camino a la Planicie del Juicio. En Erebo también se encontraban los tribunales donde eran juzgadas las almas. Justo antes de llegar a los límites del palacio real, las sombras se detenían en el Palacio de Justicia, en espera del juicio sobre su vida pasada. Un tribunal formado por 3 jueces de Hades, elegidos porque en vida habían gozado de una gran reputación, por ser honestos, generosos y justicieros. Minos, Éaco y Radamantis, antiguos reyes elegidos por su gran integridad, sabiduría y por la vida ejemplar que habían llevado, hacen el juicio de las sombras y espíritus neófitos. Administrando justicia en nombre de Hades y en su presencia, sometían a los espíritus recién llegados a un juicio de los actos que habían realizado en vida. Los espíritus en función del veredicto eran conducidos a su destino final. En primera instancia Radamanthis (Rhadamanthys) hermano de Minos, es el encargado de juzgar a las almas procedentes de Asia (que incluía para ese entonces a los africanos), y Éaco (Aecus, Rey de Egina), juzgaba a las almas procedentes de Europa, ante la duda intervenía el juez supremo Minos (antiguo rey de Creta), el más sabio, quien tiene el voto decisivo y juzgaba a los griegos, siendo el más poderoso del trío y quien lleva en su mano un cetro de oro. Dicho proceso era observado por Hades, Perséfone, Hécate y las Erinias. Los tres jueces enviaban a las almas por tres senderos según sus actos. El primer sendero se llegaba a la llanura de Asfódelo, donde se quedaban los mediocres. El otro dirigía a los Campos Elíseos, donde iban los afortunados, y el último, al Tártaro, lo más parecido a nuestra concepción cristiana de Infierno. Los tres jueces expiden a los justos y a las almas buenas y honestas un mundo de delicias (los Campos Elíseos o Elisión, o islas de los bienaventurados, donde residían los almas de los hombres virtuosos, un lugar dirigido por Cronos al que todos los muertos querían llegar) y, cuando procedía, condenan los malos hacia los sufrimientos eternos, siendo castigados a las oscuras regiones infernales del Erebo y el Tártaro, del que apenas hay descripciones por motivos obvios. Las almas que no eran ni buenas ni malas, sino regulares, volvían para siempre a los Campos de Asfódelos, por lo que intuimos que era la región más poblada del Inframundo. El palacio de Hades En alguna parte en esta extensa región del Erebo, en medio de la oscuridad del mundo inferior, se ubica también la morada de Caronte y se alzan las torres del Palacio donde reinaban Hades y Perséfone. Este nunca fue descrito de verdad, excepto para decir que está formado de innumerables puertas y estancias, provisto de colosales columnas, oscuro y tenebroso, repleto de espectros. Un tétrico pasadizo conduce a una enorme y austera habitación, en medio de la cual estaban en su trono de piedra Hades y Perséfone. En su entorno se extienden vastos espacios fríos y sombríos, un paisaje aterrador con lúgubres almas deambulantes y los campos de Asfódelos (cubiertos de flores extrañas, pálidas y fantasmagóricas). No se sabe mucho sobre este lugar, los poetas prefieren no centrarse en él. Frente al palacio, mirando hacia los campos de Asfódelos, se encontraban dos estanques o fuentes. A la izquierda la fuente del Lete, situada debajo un ciprés blanco (que era el árbol del dios Hades, que significa duelo), a la que los muertos acudían para, después de beber de sus aguas, olvidar todos sus recuerdos (era concurrida por aquellos que necesitaban olvidar). Los muertos de más alto rango, no obstante, preferían ir a beber a la fuente del lado derecho de Erebo, la fuente, (río o lago en algunas versiones) de Mnemosine o de la memoria, ubicada bajo la sombra de un álamo blanco (que era el árbol de Perséfone, que significa lamentación, realmente se trataba de la oceánida Leuce, amada por Hades y trasformada en árbol por Perséfone), beber de sus aguas les daba un dulce recuerdo de lo que habían hecho en vida al y podían alcanzar la omnisciencia. Destinos de las almas A diferencia de los mitos comunes sobre el Cielo y el Infierno, el Hades no era un lugar de tormento eterno ni un paraíso. Las únicas entidades que sufrían tormento perpetuo eran los Titanes, encerrados en el Tártaro. Todos los días los muertos eran llevados a presencia del Tribunal compuesto por los tres jueces, según el veredicto de este juicio y una vez hecha pública la sentencia, los espíritus seguían uno de los siguientes tres niveles, caminos o senderos según sus actos. Por el primer sendero se llegaba a la llanura de Asfódelo, donde se quedaban los mediocres, el segundo sendero conducía a los Campos Elíseos, donde iban los afortunados, y el último, al Tártaro, lo más parecido a nuestra concepción cristiana de Infierno. (1) Praderas de los Asfódelos Si no son juzgados ni como bondadosos ni como malvados, las almas que no eran criminales, pero tampoco heroicas son enviadas de nuevo por el ramal principal del Estigia (tras hacerlos beber de las aguas del Lete) hasta las "praderas de Asphodelos", llanura de Asfódelo o simplemente Asphodel, siendo el nivel del inframundo más frecuentado, porque pocos lograban convencer a los jueces de que tenían derecho a trato distinto. La gran mayoría de las almas, pálidos reflejos de los vivos que fueron, se quedan eternamente en esta zona intermedia. A las almas juzgadas para permanecer ahí se les quitaban sus mentes y emociones. Muchos permanecían en aquel triste lugar donde la noche y el día no eran más que un eterno crepúsculo, vagaban como sombras sin emociones, sin darse cuenta de la felicidad o el dolor. Los condenados se pasaban la eternidad dando vueltas sin objeto. Estos espíritus no experimentaban ni dolor ni placer, simplemente eran sombras de sus vidas pasadas, a las cuales de vez en cuando se les permitía disfrutar de las viejas glorias carnales en la Llanura de Asfódelos. Los condenados se pasaban la eternidad dando vueltas sin objeto. A esta región del Erebo iban todas las almas de la gente común y corriente, los muertos "mediocres", convertidos en meras sombras que anhelaban únicamente ser recordadas en vida y que se les hiciesen sacrificios de sangre, para volver a sentirse vivos, aunque sea por poco tiempo. A diferencia de las creencias Judeocristianas, las almas no eran castigadas ni penaban pecados. Aquí había muertos de todo tipo, desde el alma de Medusa (con todo y ser una Gorgona temible) hasta el alma del guerrero Meleagro, un campeón de Calidonia. (2) Los Campos Elíseos Si en el juicio han sido considerados como bondadosos, son enviados a los Campos Elíseos a través del río Aqueronte, sitio separado del resto del inframundo por el Río Leteo. Para llegar a los Campos Elíseos, era necesario cruzar a través de la Fuente de Mnemosine o de la memoria. Los Campos Elíseos estaban regentados por el prudente juez Radamantis. Era una tierra feliz, que no estaba sometida a la voluntad de Hades. El Elisión es una región menos sombría con grandes prados cubiertos de flores, un lugar paradisíaco donde los pájaros cantan en los árboles, brilla el sol en un cielo azul de nubes blancas y vaporosas, el son de la música de la flauta o de la lira y la danza alegraban continuamente la vida, todo era fiesta, cantos, bailes, sin frío ni calor, con perpetua luz. No existía la noche, las sombras no necesitan descanso y banqueteaban cada vez que alguien lo deseaba, el vino era abundante pero a nadie le hacía daño. Un tranquilo y apacible lugar donde los espíritus viven en felicidad. Habitaban allí las almas virtuosas. Entre los difuntos este era el destino de los más afortunados (una minoría). Allí iban los "realmente" justos y buenos, además de los favoritos de los dioses, como Aquiles, Medea y Alcmena (la madre de Heracles). Los que tenían está suerte podían gozar del privilegio de poder volver a la tierra, si querían, pero su nueva vida era tan feliz que poquísimos se decidían a dejarla, ni siquiera por un tiempo mínimo. Para poder reencarnar estas almas debían beber del Leteo, de forma que no recordasen sus vidas pasadas; y aquellos que por tres veces seguidas (reencarnaciones) merecían el Elíseo tenían derecho a vivir en la isla de los Bienaventurados, un lugar especial, una tierra mejor que la de los Campos Elíseos donde también habitan las Hespérides y sus manzanas doradas. Aquí habitaban las almas de quienes habían reencarnado ya más de cuatro veces. Esta era su verdadera estancia final. Según Virgilio, las almas buenas, después de mil años, se les borra la memoria y se les manda nuevamente a la tierra en otros cuerpos. (3) El Tártaro, la mazmorra de los condenados Por último, si han sido considerados malvados, los espíritus son enviados a la región más profunda de la Tierra: el Tártaro, a través del río de fuego Flegetonte. El Tártaro era un lugar inmenso y oscuro situado en las profundidades extremas, donde reina una noche eterna. Hesíodo decía que su abismo era tal que si un yunque de bronce fuera arrojado desde el cielo tardaría nueve días y nueve noches en llegar a la tierra y otros tantos en llegar de la tierra al Tártaro. O lo que es lo mismo, que la distancia entre el cielo y la tierra era la misma que entre la Tierra y el Inframundo. Aquí diversas almas de mortales e inmortales penaban sus faltas. Para hacernos una idea de cómo los griegos imaginaban el cosmos, este era como una gran esfera en forma de huevo en la que la mitad superior albergaba a los hombres y a los dioses y la mitad inferior correspondía al Tártaro. El radio que dividía la esfera era la línea de la tierra plana. El Tártaro era como el sótano del Hades. Mientras que éste último se situaba más allá del océano, donde se perdía el horizonte y en los confines de la Tierra, el Tártaro estaba por debajo de él. El Tártaro es el palacio del Tormento, una prisión fortificada de altas murallas construida por Zeus para sufrir los castigos más severos y crueles tormentos eternamente, donde los gritos de angustia resonaban sin cesar. Allí iban a parar los peores criminales, los que habían infringido las leyes de los hombres y de los dioses. En la entrada había una enorme puerta de bronce cerrada por dentro, que sólo se abría para recibir a los muertos que iban llegando. El Tártaro tiene un muro triple altísimo para evitar la evasión rodeado por el curso del río de fuego Flegetonte, donde hay tres barqueros que son tres Furias: Alecto, Meguera y Tisífone. Con una mano empuñan una antorcha candente y con la otra un látigo ensangrentado, con el cual flagelan sin cesar a los malvados que merecen duros castigos. En el interior del Tártaro los gritos de angustia resonaban sin cesar. Inicialmente era la cárcel de los titanes rebeldes y enemigos de Zeus. Pero posteriormente se convierte en lugar de penas y condenación eterna reservado a los malvados, humanos y seres mitológicos que sufren graves penurias y castigos por haber ofendido o desafiado a los dioses. Son arrastrados allí los que han cometido los más graves pecados, en este siniestro lugar los grandes criminales llevan su suplicio, todos aquellos desafortunados que hubiesen sido castigados por los dioses (o se hayan metido en asuntos que no les debían importar). El Tártaro era muy parecido al Infierno de los cristianos (el nombre del Infierno en general en donde las almas de los malvados pagaban sus culpas), un lugar de penas y condenación eterna reservado a los malvados o aquellos que habían desafiado a los dioses. Los ríos del inframundo A grandes rasgos, el reino de Hades está rodeado por ríos malditos y en parte subterráneos, sus nombres reflejan las emociones asociadas con la muerte, el Estigia o Estix (río del odio y de los juramentos irrevocables), el Aqueronte (río de la aflicción o tristeza), el Lete o Leteo (río del olvido) y el Flegetonte (río del fuego). Todos convergían en el centro del Hades formando una gran ciénaga o pantano conocida como Aquerusian o como la parte ancha de la Estigia (depende según autores cual río es el más importante). A estos cuatro grandes ríos algunos autores le agregan el Cocito (río del llanto), una vertiente de Estigia o del Aqueronte, y el Eridanos (un río mítico de Hiperboria, que algunos luego identificaron con el Danubio y que Virgilio también ubicó en el infierno). Para encontrar el reino de Hades se debía atravesar tan formidable barrera acuática y llegar a Erebos, la morada de los poderes subterráneos, donde existía la completa oscuridad, primero se debía convencer al barquero Caronte, anciano sombrío y tétrico que era el único que podía cruzar los ríos malditos, transportando en su chalupa las almas de los muertos rumbo al espacio de las sombras. (1) El gran río llamado Estigia o Estix (río del odio) pues por el pasan las almas coléricas y furiosas cuya condena es terminar ahogadas en sus pútridas aguas, es el más famoso y prominente de todos, está formado por aguas negras y ponzoñosas, algunos cuentan que sus orillas eran tan nauseabundas y fétidas, que sólo un trago de sus aguas producía la muerte inmediata. Se compone de varios ramales, de nombres el Aqueronte y Lete, y desemboca en la Laguna conocida como Estigia, rumbo a Erebo. El Estigia constituía la frontera entre los mundos superior e inferior, la tierra y el inframundo. Su largo recorrido rodeaba al Hades siete veces. El Estigia era guardado por el barquero Phlégias o Flegias, quien porteaba las almas de un lado a otro del río. Estigia era la diosa del río que circunda el inframundo, es considerada como la primera hija del titán Océano (el río que circunda al mundo) y Tetis (la diosa de las aguas); aunque en algunas versiones se la hace hija de Nix y Érebo, justificando así su vinculación con el inframundo y el ser asimilada como el espíritu femenino (daimona) del odio. Para agradecer a la diosa río Estigia por haber consentido la participación de sus 4 hijos (Cratos: la potencia, Bia: la violencia, Zelos: el encarnizamiento, y Niké: la victoria) en la Titanomaquia y la Gigantomachia, Zeus lo colocó en una de las esquinas más remotas del Hades, para que se beneficiara de un descanso bien merecido (dando origen a la laguna que tiene su nombre). Para los dioses no había nada más sagrado que jurar por el Estigia. Los juramentos prestados por el agua del Estigia tenían que ser cumplidos (todos los demás podían romperse). Si alguno de los dioses derramaba una libación de su agua y abjuraba de ella, entonces yacía sin respiración durante un año, sin probar ambrosía, ni néctar, permaneciendo sin espíritu, ni voz. Tras este año de enfermedad, era excluido durante nueve años de las reuniones y banquetes de los dioses, a los que no podía volver hasta el décimo año. Según algunas versiones las aguas de Estigia eran milagrosas y servían para hacerse inmortal. Aquiles habría sido sumergido cuando niño adquiriendo la invulnerabilidad, a excepción del talón, por donde su madre lo sujetó al sumergirlo, que se convirtió así en su único punto vulnerable. (2) El Aqueron o Aqueronte (río de la aflicción o tristeza), es un río que por dar de beber a los Titanes durante su guerra contra los Olímpicos, fue condenado por Zeus a ser uno de los ríos del reino subterráneo, atraviesa desde los campos Elíseos hasta llegar al Erebo y suelta sus aguas en la ciénaga Aquerusian. El barquero Caronte porteaba las almas de los recién fallecidos hasta el Hades por este río, aunque a veces se menciona el Estix y a veces ambos. Se cuenta que en sus aguas todo se hundía salvo la barca de Caronte. (3) El Lete o Leteo (río del olvido), es un río que se encuentra en el borde exterior del Hades, a las mismas puertas, del cual se decía que quienes bebían de sus tranquilas aguas perdían la memoria hasta que bebieran agua de un río que fluya por el Olimpo. Los griegos antiguos creían que se hacía beber de este río a las almas antes de reencarnarlas, de forma que no recordasen sus vidas pasadas. Lete era una náyade, hija de Eris (Discordia). (4) El Mnemósine (Titánida, diosa de la memoria y madre de las musas con Zeus) era el opuesto del Lete, cuyas aguas al ser bebidas hacían recordar todo. (5) El Piriflegetonte o Flegetonte o Piriflegetonte (río del fuego) es un río que corre por el Hades y conduce hasta el Tártaro. Es un afluente del Aqueronte y se le considera hijo del Cocito. Por él corría fuego que ardía pero que no consumía combustible alguno. Las almas condenadas al pozo del Tártaro eran enviadas por el Flegetonte, el cual circundaba todo el Tártaro, creando un anillo de fuego alrededor y siendo la primera barrera, seguida de tres altas murallas que aislaban al Tártaro de otras regiones infernales. (6) El Cocito o Cocytus (río de las lamentaciones) es otro gran río del inframundo, por cuyas orillas vagaban los que no podían pagar a Caronte, según la mayoría de las fuentes durante 100 años. Siendo el Cocito el río que delimitaba la frontera entre el reino de los vivos y los muertos, en continuidad con el famoso Aqueronte, del que era un afluente (o del Estigia, según otras versiones) y era alimentado por las lágrimas de los ladrones, los pecadores y de todos aquellos de mala conducta. Presumiblemente su padre era, como con los demás ríos, Océano. (7) El río Erídano o Eridanus era también considerado un río del Hades por Virgilio. En este río fue donde cayó y murió Faetón por su incapacidad para controlar a los fogosos caballos que guiaban el carro solar de su padre Helios. Los caballos se salieron de su camino y recorrieron el cielo a su antojo, llegando muy cerca de la Tierra, provocando que se quemaran las cosechas, creando desiertos (Sahara) e incluso se quemaron algunos hombres (como los etíopes, que a partir de entonces fueron negros) y Zeus tuvo que intervenir matando con un rayo a Faetón. Helios perdió su carro por no prever las consecuencias y Apolo tomó su lugar en los cielos. Los Personajes del Inframundo Es bueno cuando se habla de los Infiernos griegos presentar a algunos de su los más famosos residentes, la mayoría conocidos por los mitos asociados al Hades. Hades: Señor del Inframundo, tercer hijo de Cronos y Rea. Nada más nacer fue engullido por su padre porque este tenía miedo que lo destronara. Más tarde fue vomitado porque Zeus destronó a su padre. Luchó contra los titanes y los cíclopes lo armaron con un yelmo que le otorgaba la facultad de volverse invisible. Después de ganar a los titanes los dioses olímpicos se repartieron el mundo: Zeus se quedó con el cielo, Poseidón con el mundo submarino y Hades con el mundo subterráneo. Hades no quedó conforme con aquello, pero tuvo que resignarse y fue a construir su hogar ahí. Era también dueño de todos los tesoros y los metales preciosos ocultos bajo la tierra, por lo que era el "Dios más rico" de todos, pero su posesión mas preciada es el casco de invisibilidad que le dieron los cíclopes cuando fueron puestos en libertad por él y sus hermanos. Hades rara vez salía a la superficie, a no ser por asuntos que conciernan a sus deberes, casi no permite que lo visiten y no deja que sus súbditos regresen vivos a sí que casi no se puede describirlo aunque se dice que aparece en un carro de oro tirado por cuatro caballos negros, y desconocía lo que ocurría en la tierra o en el cielo. Algunas vagas noticias le llegaban a través de los golpes que daban los dolientes en el suelo (una especie de telégrafo rudimentario). Hades normalmente se representa con una gran barba blanca sentado en un trono, al lado sólo está Perséfone. En las manos suele llevar un cetro o el cuerno de la abundancia. Hades nunca salía de su realeza porque sus funciones lo tenían muy ocupado y pocas veces iba al Olimpo (por eso no se le consideraba un Dios Olímpico). Hades se relacionaba con el mundo superior mediante Keres, que eran los encargados de dar a los hombres el golpe mortal y de conducir a las ánimas al infierno. A veces hacía de intermediario de Hermes. Hades significa “invisible” pero nunca era llamado por este nombre por miedo a que se escolarizara. Normalmente era llamado Plutón, que significaba “el rico”, aludiendo a las riquezas inagotables de la tierra. Hades era considerado un dios justo y, en ocasiones, compasivo. Aun así, los griegos procuraban no pronunciar su nombre en voz alta, no fuera que les trajera desgracias. Seguramente esta fue la razón por la que no se construyó templo alguno en su honor. La misión de Hades era, principalmente, la de evitar que el que entraba en su reino no volviera a salir. Para ello contaba con la ayuda de Cerbero, el terrible y gigantesco perro con tres cabezas. Pero había sus excepciones: Hermes, el dios que hacía de mensajero de los dioses y que visitaba a Hades con frecuencia; Hécate, dueña de Cerbero, cuyo hogar estaba en el Inframundo y que salía de vez en cuando a la superficie; y, por último, otros tres de sus habitantes cuya labor se llevaba a cabo tanto en el oscuro reino como en la superficie, los conocidos como Tánatos, Hipnos y Morfeo. Aunque Hades decidía los castigos de los que habían muerto, no participaba directamente en ellos. Ese trabajo se lo encomendaba a las Furias, espíritus femeninos, representación de la venganza y la justicia. Hades no era injusto y cruel. En su papel de consejero, ayudaba a las almas en su tránsito a la otra vida, instándoles a realizar un profundo examen de conciencia de manera honesta y objetiva, prestando especial atención a la voz interior que todos llevamos dentro. Por otra parte y al igual que los otros dioses, el rey del submundo no era precisamente un marido fiel. Usaba un casco que le hacía invisible y salía al exterior donde tenía sus aventuras. Y, más de una vez, su esposa Perséfone acababa descargando su ira en las amantes de Hades, al igual que Hera, la celosa esposa del promiscuo Zeus. HADES
y PERSÉFONE Perséfone: Reina del Inframundo, esposa de Hades. Hija de la diosa Démeter, fue secuestrada por su tío Hades, y aunque su madre hizo todo lo posible por intentar recuperarla, se quedó como la mujer de Hades. Perséfone le era fiel a su esposo, pero no tenían hijos. Hades se relacionaba mejor con Hécate, una diosa que vivía también en el inframundo y que era patrona de brujas y magas. Hermes: dios de los viajes, de los ladrones y mercaderes (en realidad de todo lo que tiene vínculo con la carretera), además de mensajero de dioses, posee también el papel de guía de las almas de los muertos a los Infiernos. Hécate: Diosa del averno, patrona de la magia. Una deidad implicada con la Luna, diosa de los magos y maestra de los demonios. Zeus le dio dones y privilegios, y le dio potestad sobre la tierra, el mar y el mundo del más allá. Protege a los que litigan ante los tribunales, a los atletas, a los políticos, y es nodriza de niños pequeños. También se le atribuye todo lo misterioso y lo fantasmagórico. Si alguna vez se le muestra a alguien, éste muere del espanto que supone verla. Su estatua era representada con tres cabezas: una de leona, otra de perra y la última de yegua. Algunos creen que representaban a las tres deidades conocidas que fueron asimiladas con la Luna en Grecia: Selene en el cielo, Artemisa en la tierra y la propia Hécate en el inframundo. Era venerada en encrucijadas, y con unas cenas especiales, llamadas Cenas de Hécate, consistentes en pescados y mariscos, y que constituían un ritual de purificación. Hades tenía a su lado un séquito realmente peculiar, contaba con algunos súbditos que lo ayudaban a mantener el orden en el inframundo y que se encargaban de buscar las almas para mantener los campos del Erebo llenos. Sus principales ayudantes eran: Las Moiras o Parcas: tres espíritus de mujeres que estaban siempre hilando la vida y destino de cada uno de los mortales, y que lo cortaban en el momento en que llegara la hora de la Muerte. Cloto ("hilandera"), Láquesis ("distribuidora"), y Atropos ("inflexible o indomable"). Cloto está hilando y tiene a cargo del presente; Láquesis va midiendo y tiene a cargo el pasado; Atropos corta con sus tijeras, que no tienen apelación, y tiene a cargo el futuro. En un principio, sus decisiones no podía modificarlas ni Zeus. Ellas no sólo deciden el momento de muerte de un ser, sino que lo juzgan y dictaminan a donde deben de ir. Las Erinias o Furias: tres espíritus vengadores de los crímenes contra el orden natural (las reivindicadoras de toda trasgresión humana, castigan la rebelión del hijo contra su padre, del joven contra el viejo, del huésped que no observa las leyes de la hospitalidad, los homicidios, parricidios, los crímenes filiales, crímenes contra los dioses y el perjurio), que se apostaban frente a la casa de cualquiera que hubiera cometido un crimen, con sus antorchas encendidas para enseñar que aquel debía ser castigado con la muerte. Tenían un aspecto terrorífico, con un manto negro salpicado de sangre y serpientes entremezcladas en su cabellera. Para reprimir estos males, persiguen y azotan al infractor o criminal sobre la tierra con látigos acabados en aguijones de escorpión, lo hieren y acosan hasta matarlo o dejarlo incapaz de obrar. Eran inexorables, justas e implacables a la hora de llevar a cabo los castigos impuestos por los dioses, sobre todo con aquellos que hubieran matado a algún familiar. Como Hades, su principio era simple, ojo por ojo, diente por diente. Siempre según Virgilio, las Furias (o Erinias) se sitúan en el mundo subterráneo dónde castigan a los culpables. Los poetas griegos pensaban que estaban encargadas de perseguir a los malos sobre la Tierra. Sus nombres son Alecto (implacable, la que no descansa, "repugnante, hostil" representa la culpa), que castiga los delitos morales; Megera (la celosa, seductora, "refunfuñona", representa el remordimiento de los hijos por ofender, desobedecer y atentar contra los progenitores, principalmente la madre), que castiga los delitos de infidelidad y Tisífone (la vengadora, "destrucción vengadora", representa el arrepentimiento), que castiga los delitos de sangre. Las Erinias son representadas como mujeres feas, viejas horripilantes, con un manto negro salpicado de sangre, cara de perro, cuerpo negro y alas de murciélagos o dragones, con los ojos perpetuamente inyectados de sangre, con el pelo, los brazos y cinturas entrelazados con serpientes venenosas en vez de cabellos. En algunas descripciones se las asemejan a las gorgonas, por tener serpientes en lugar de cabellos. Ellas usaban látigos guarnecidos de láminas, aguijones de escorpión y anillos de bronce, y vestían túnicas negras y largas. Las Eres: cumplían la misma función que las anteriores, pero éstas buscaban a los espíritus que aunque, eran transgresores de algunas leyes, no tenían por qué ser castigados tan severamente. Los dioses gemelos: Hypnos, el Sueño, y Tánatos, la Muerte, residían en el mundo subterráneo de dónde venían los sueños que subían hacia la Tierra, hacia los hombres. Pasaban por 2 puertas: una hecha de cuernos para los sueños verídicos, y otra hecha de marfil para los sueños falsos. Tánatos (La Muerte) era el dios de la muerte no violenta. Su toque era manso, asemejado en eso a su hermano gemelo Hipnos (el sueño), hijo de Nix (diosa de la noche) y Érebo (dios de las tinieblas). La muerte violenta era el dominio de las hermanas de Tánatos, las Keres, espíritus de matanza y enfermedad. Se paseaba con su manto negro por la casa de la víctima para avisarle que sería trasladado al Erebo, y que con mucha frecuencia, era el encargado de enseñarle el camino. En el arte, Tánatos era representado como un hombre joven con barba llevando una mariposa, una corona o una antorcha invertida en sus manos. A veces tiene dos alas y una espada sujeta a su cinturón. Tánatos juega un papel prominente en dos mitos. Caronte: El pasador de fronteras que cruza los ríos del Hades a las almas de los muertos y las conduce ante los 3 jueces de los Infiernos Minos, Eaco y Rhadamanthe. Cerbero: El perro de tres cabezas y cola de dragón, fiel servidor de Hades, guardián de la puerta de los Infiernos, deja entrar a las sombras pero no les deja nunca salir. Los 3 jueces de los infiernos: Rhadamanthe, Eacos y Minos, tres jueces que fueron elegidos porque en vida habían gozado de una gran reputación, por ser honestos, generosos y justicieros. Minos y Rhadamanthe son hermanos y semidioses puesto que nacieron de los amores de Europa, una mortal, y Zeus. Eaco es hijo de Zeus y de Egina, es el antepasado de Aquiles. Ellos juzgan el corazón de las almas que llegan al Hades y protegen la Cadena del Equilibrio. Prisioneros célebres del Tártaro Dentro del Tártaro, había almas que tan sólo vagaban sin rumbo y otras que eran condenados a grandes suplicios y castigos, mandados por algún dios que había sido ofendido. Eurídice: esposa de Orfeo, este tuvo la oportunidad de traerla a la vida de nuevo por concesión del dios del Inframundo. Para ello, debía tocar su lira a lo largo del camino de vuelta, sin nunca darse la vuelta. Al ver la salida acercarse, no pudo impedir comprobar si Eurídice lo seguía, por incumplir la advertencia de Hades esta se volvió una sombra para siempre en las profundidades. Cíclopes: los primeros moradores del lugar. Se trata de los tres hijos de Urano y Gea, por tanto hermanos de los titanes. Estos tres personajes de nombre Arges (el relámpago), Brontes (el trueno) y Estéropes (la tormenta), son la personificación de los hechos climatológicos a que hacer referencia sus nombres, eran gigantes de un solo ojo, con una excepcional fuerza y habilidad manual. Según parece, su padre temeroso de su poder, al igual que del de todos sus hijos, los mandó al Tártaro, permaneciendo allí encerrados hasta que su hermano Cronos los liberó para que le ayudasen en su guerra contra Urano. Sin embargo Cronos sufrió de los mismos temores que su padre, volviéndolos a enviar al citado lugar. Y allí permanecieron hasta la irrupción de Zeus, quien advertido por un oráculo de que los necesitaría para derrotar a los Titanes, los volvió a liberar. Tras la victoria, los ciclopes en agradecimiento fabricaron el Rayo de Zeus, el Tridente de Poseidón y el Casco de Invisibilidad de Hades. Gracias a ello, no volvieron a permanecer encerrados ahí. Titanes: Tras la Titanomaquia, que acabó con la victoria de los olímpicos, Zeus como castigo, encerró a los titanes vencidos aquí, y ahí es donde hasta ahora permanecen, encargándose de su vigilancia, otros de sus hermanos, que al igual que los cíclopes, se aliaron con Zeus y los olímpicos, los Hecatonquiros o Centimanos que también eran tres Coto, Briareo y Gies, gigantescos seres que representaban las tormentas violentas y huracanes, de cien brazos y, según versiones con cincuenta cabezas.
Sísifo: Muchas veces la astucia del hombre ha intentado superar a la de los dioses, pero tarde o temprano, éstos lo advierten y el castigo puede ser terrible. Tal es el caso de Sísifo, cuyo mito hoy en día parece tener más vigencia que en la antigüedad. Sísifo, Rey de Corinto, pasa por ser considerado el humano más astuto a la par que falto de escrúpulos y mentiroso, durante su reinado siempre destacó por su gran ingenio a la hora de gobernar. Ambicionaba el dinero y para conseguirlo recurría a cualquier forma de engaño, era avaro, mentiroso, ladrón y sobre todas las cosas, muy pero muy astuto. Intentó engañar por dos veces a Tánatos, la muerte. La leyenda cuenta que Sísifo se entrometió en los asuntos de Zeus, fue testigo del secuestro de Egina, una ninfa, por parte del dios Zeus transformado en águila. Decide guardar silencio frente al hecho, hasta que su padre, Asopo, dios de los ríos, llega a Corinto preguntando por ella. Es cuando Sísifo encuentra su oportunidad para proponerle un intercambio: el secreto, a cambio de una fuente de agua dulce para Corinto. Asopo acepta. Al enterarse, Zeus entra en cólera y envía a Tánatos, dios de la muerte, para que dé muerte a Sísifo antes de tiempo. La apariencia de Tánatos era terrorífica, pero Sísifo no se inmuta. Lo recibe amablemente y lo invita a comer en una celda, en la que lo sorprende haciéndolo prisionero de un momento a otro, le colocó grilletes, provocando entonces que durante un tiempo nadie pudiera morir. Hades, dios del inframundo entra en cólera y exige a Zeus (su hermano) que resuelva la situación. Zeus decide enviar a Ares, dios de la guerra, para que libere a Tánatos y conduzca a Sísifo al inframundo. Como no podía ser de otra forma, el primero en morir fue el propio Sísifo, sin embargo haciendo gala nuevamente de su astucia, con anticipación Sísifo había pedido a su esposa esposa, la Pléyade Mérope, que no lo enterrase ni realizase el correspondiente ritual funerario, y la mujer cumplió cabalmente con el compromiso. De esta forma al llegar frente a Hades, no lo hacía de la forma correcta, y al interesarse el Dios subterráneo sobre las causas de esa anomalía, este se quejó de la actitud de su esposa y le pidió volver para castigarla. Hades lo ignoró en principio, pero debido a su insistencia le otorgó el favor de volver a la vida para reprender a su esposa por tal ofensa y así disuadirla. Por supuesto, Sísifo tenía planeado de antemano no regresar al inframundo y al regresar a Corinto, Sísifo rehusó volver al mundo de los muertos. Vivió por muchos años hasta que finalmente accedió a ser regresado y tuvo que ser doblegado por el dios Hermes. Estas dos afrentas, hacían tambalearse los limites entres dioses y humanos, ya que la diferencia fundamental es que los primeros no mueren y los segundos sí. Por ello cuando, muchos años después, definitivamente Sísifo moría, como castigo por engañar a los dioses, Zeus y Hades, que para nada estaban contentos con las tretas de Sísifo, deciden imponerle un castigo ejemplar, uno de los más crueles tormentos. En el Inframundo Sísifo fue mandado directamente al Tártaro y obligado a empujar y hacer rodar con los dos brazos y con las manos una pesada y enorme roca cuesta arriba por la ladera de una montaña empinada, debía arrojarla al otro lado una vez que llegara a la cima, pero los dioses hicieron que antes de alcanzar la cima, siempre en el último instante, cuando él se acercaba al objetivo, le flaquearan sus fuerzas y la pesada roca caía de nuevo hasta el inicio, rodaba hacia abajo a la llanura, y éste tenía que empezar de nuevo su labor; entonces Sísifo comenzaba de nuevo a empujar la piedra con esfuerzo; el sudor corría de sus miembros, un vaho espeso subía de su cabeza, y así, por los siglos de los siglos, toda la eternidad. Se trata de un castigo irónico: Sísifo no quería morir y una vez muerto, jamás descansará en paz. Está así siempre repitiendo su tormento. Es azotado por una de las Furias (o Erinias), las temibles diosas que buscaban a los culpables sobre la tierra e infligían los castigos a los muertos. Su castigo significa los descabellados planes y sistemas de los ideólogos, sin aplicación ni éxito. Ixión: Rey de los lapitas en Tesalia. Cometió el primer crimen contra un pariente, al matar a su suegro para no pagarle la dote de su prometida. Sin embargo Zeus accedió a purificarle, llegando a invitarlo al Olimpo y a sentarlo a la mesa con los dioses, probando la ambrosía. Pero de esta manera se puso de manifiesto la ingratitud de este hombre ya que intentó seducir, otros cuentan que violar, a la propia Hera. Zeus creo con una nube una sustituta de la diosa con la falsa imagen de Hera, llamada Nefele, para tenderle una trampa y fue con esta con la que yació. De esta unión nació Centauro, que a su vez sería padre de estos seres, del mismo nombre, mitad hombre, mitad equino. Obviamente, esta afrenta no podía quedar sin castigo, Zeus condenó a Ixión atándolo a una gran rueda que siempre está girando en el Tártaro. La rueda es movida siempre por Nefele. Danaides: son las cincuenta hijas que tuvo Danaos, el rey de Lidia. Un hermano de su padre, llamado Egipto, le usurpó su reino y quiso casar a cincuenta hijos que tenía con sus primas; pero Dánao, resentido, dio a cada una de sus hijas un puñal para que en la noche de bodas matasen a sus maridos, lo que hicieron, sufriendo después el merecido castigo. Todas mataron a sus esposos menos una, que fue perdonada por ello. Por su crimen, las demás están condenadas a llenar incesantemente un barril taladrado sin fondo, que por consiguiente no se llena nunca. Así están siempre sacando agua en el Tártaro. Su castigo significa un intento tenaz y sin éxito posible. Ascálafo: Por haber provocado que Perséfone se quedase como esposa de Hades para siempre (Ascálafo, que habitaba en el Hades, declaró haberla visto comer un gajo de una granada, lo que la obligaba a quedarse junto a su marido), en castigo por su declaración, Deméter sepultó a Ascálafo bajo una enorme piedra, de la que sólo pudo escapar cuando lo liberó Heracles en su visita a los infiernos. Pero entonces Deméter lo transformó en una lechuza campestre, animal que desde entonces vigila en la oscuridad. Titio: Un gigante prodigioso, hijo de Zeus y de Gea, nacido en una caverna donde su madre se había ocultado huyendo de la cólera de Hera. Intentó violar a Leto. Sus hijos, Apolo y Artemisa lo mataron con sus flechas. Zeus lo castigó en el Tártaro atándolo de manos y pies en una gran superficie, donde es torturado. Era tan grande que precipitado en el Tártaro, cubría con su cuerpo la extensión de cuatro fanegas y media de tierra, donde estaba atado. Los Aloides: Eran dos formidables gigantes, llamados Oto y Enalto. Eran de una estatura prodigiosa y crecían más cada año. Según un oráculo, no los podrían matar ni dios ni hombre. Ensoberbecidos de su fuerza quisieron destronar a Zeus, tuvieron la osadía de pedir a Hera y a Artemisa. Además, como Ares quiso oponerse a sus proyectos, le hicieron prisionero y le ataron con gruesas cadenas reteniéndolo trece meses en una cárcel de la que Hermes, finalmente, lo liberó. Por fin, viendo los dioses que por la fuerza no conseguirían vencer a los gigantes, echaron mano de un ardid. Para tal efecto, Artemisa se transformó en ciervo y se lanzó, durante una cacería, entre ellos, de modo que, al dispararle los gigantes, se hirieron el uno al otro, a consecuencia de lo cual murieron. Zeus los arrojó al Tártaro, allí están atados en columnas espalda con espalda, siendo azotados por serpientes y por la ninfa del averno Estigia. Orión: Era un hermoso gigante de colosal tamaño cuyos padres fueron Poseidón y Euríale, una de las gorgonas. Orion destacó entre todos los héroes existentes por su tamaño y su fuerza. Era tan grande que cuando se adentraba en los mares más profundos el agua no le llegaba más que hasta los hombros. Comenzó a trabajar en el séquito de Artemisa, diosa de la Caza. Se convirtió en favorito de Artemisa y le dio múltiples atenciones. Una leyenda afirma que por haber acosado a sus compañeras, las pléyades, y haber intentado violar a la propia Artemisa, esta lo mató. En el Tártaro está siempre tras la caza de un ciervo imaginario, el cual nunca logra atrapar. Tántalo: Rey de Asia Menor que, según una leyenda, los dioses le dieron a probar el néctar y la ambrosía, su comida y su bebida, y este los robó para dárselo a probar a otros humanos. Era aquélla un manjar exquisito cuya fragancia embalsamaba el Olimpo, mantenía la salud, conservaba la juventud y procuraba la inmortalidad. Dícese que de una de las astas de la cabra Amaltea surgía ésta, y de la otra asta brotaba el néctar. Tántalo fue condenado a sufrir hambre y sed perpetuas. Como castigo, fue condenado a ser encadenado de pie en una fresca laguna, con los pies en el agua y bajo árboles de hermosas frutas: perales, naranjos, manzanos de resplandecientes frutos, dulces higueras y olivos siempre verdes, padeciendo acerbos dolores, sin comida ni bebida. Cada vez que se agachaba para beber, el agua se desplazaba y apartaba de sus labios, el agua nunca podía calmar su sed infinita, y cada vez que tendía la mano para tomar una fruta, las ramas de los árboles sobre su cabeza se elevaban, súbitamente el viento se los llevaba hasta las tenebrosas nubes, en ambos casos fuera de su alcance. Además, sólo sueña con banquetes y manjares que jamás podrá alcanzar. Su castigo significa la nunca satisfecha ansia de la ambición. Erisicton: Eresictón despreciaba a los dioses y no les hacía sacrificios. Una vez que quiso construir un techo para su sala de banquetes no dudó en talar, ayudado por una veintena de gigantes, un árbol sagrado que formaba un santuario ancestral de la diosa Deméter. Las dríades que habitaban estos árboles corrieron a solicitar auxilio de la diosa. Deméter tomó la forma de su sacerdotisa Nicipe, y de esta guisa intentó de buenas maneras hacer desistir a Eresictón de continuar con el sacrilegio. Pero este, lejos de dejarse disuadir, amenazó a la diosa con matarla con la misma hacha que estaba utilizando. Fue entonces cuando Deméter, víctima de una ira sin precedentes, lo condenó a tener un hambre insaciable, ordenó a Némesis (la venganza) y a Limos (el hambre) que vengaran este ultraje. El terrible monstruo penetró en las entrañas de Eresictón de tal forma que desde entonces nada saciaría sus ganas de comer, y cuanto más engulliera más crecería su hambre. Cuando Eresictón vendió todas sus posesiones para comprar comida, su padre se encargó de alimentarle, pero fue tal su voracidad que en poco tiempo acabó con las riquezas de Tríopas, y Eresictón acabó convirtiéndose en un mendigo que comía inmundicias. Nada pudo hacer para conseguir alimentos suficientes para calmar su desazón. Eresictón terminó comiéndose a sí mismo, poniendo fin así a su tormento. En el Tártaro permanece en la misma condición. Prometeo: Fue un gran benefactor de la humanidad. Urdió un primer engaño contra Zeus al realizar el sacrificio de un gran buey que dividió a continuación en dos partes: en una de ellas puso la piel, la carne y las vísceras, que ocultó en el vientre del buey y en la otra puso los huesos pero los cubrió de apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los dioses. Zeus eligió la capa de grasa y se llenó de cólera cuando vio que en realidad había escogido los huesos. Desde entonces los hombres queman en los sacrificios los huesos para ofrecerlos a los dioses, y comen la carne. Indignado por este engaño, Zeus privó a los hombres del fuego. Prometeo decidió robarlo, así que subió al monte Olimpo y lo cogió del carro de Helios o de la forja de Hefesto, y lo consiguió devolver a los hombres en el tallo de una cañaheja, que arde lentamente y resulta muy apropiado para este fin. De esta forma la humanidad pudo calentarse. Para vengarse por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que hiciese una mujer de arcilla llamada Pandora. Zeus le infundió vida y la envió por medio de Hermes al hermano de Prometeo: Epimeteo, en cuya casa se encontraba la jarra que contenía todas las desgracias (plagas, dolor, pobreza, crimen, etcétera) con las que Zeus quería castigar a la humanidad. Epimeteo se casó con ella para aplacar la ira de Zeus por haberla rechazado una primera vez a causa de las advertencias de su hermano para que no aceptase ningún regalo de los dioses y quien en castigo sería encadenado. Pandora terminaría abriendo el ánfora, tal y como Zeus había previsto. Tras vengarse así de la humanidad, Zeus se vengó también de Prometeo e hizo que lo llevaran al Cáucaso, donde fue encadenado a una gran roca por Hefesto con la ayuda de Bía y Cratos. Zeus envió una enorme águila (hija de los monstruos Tifón y Equidna) para que se comiera el hígado de Prometeo. Siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecerle cada noche, y el águila volvía a comérselo cada día, haciendo así interminable su sufrimiento. Su castigo significa los remordimientos. Este castigo había de durar para siempre, pero, Heracles pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y lo liberó disparando una flecha al águila. Esta vez no le importó a Zeus que Prometeo evitase de nuevo su castigo, ya que este acto de liberación y misericordia ayudaba a la glorificación del mito de Heracles, quien era hijo de Zeus. Prometeo fue así liberado, aunque debía llevar con él un anillo unido a un trozo de la roca a la que fue encadenado. Agradecido, Prometeo reveló a Heracles el modo de obtener las manzanas doradas de las Hespérides. Mitos del Hades Hades rara vez sale de su reino, principalmente interviene en mitos ubicados en sus dominios. El secuestro de Perséfone, diosa de la primavera. El origen de las estaciones Esta bella joven era hija de Zeus y de Deméter, diosa de la fertilidad, el trigo y las cosechas. Nada hacía presagiar que esta sencilla chica fuera a convertirse en parte integrante del ciclo de las estaciones. El mito del rapto de Perséfone, hija de Zeus y Deméter, comenzó cuando Hades, su tío, vio a la joven aun doncella y se enamoró de ella, Zeus se opuso y no permitió su matrimonio porque no quería afrentarse a la madre de la joven, la diosa Deméter, patrona de la agricultura y la fertilidad, y en parte porque no le hacía gracia que su hija permaneciera en el reino de los muertos. Hades visto la oposición familiar, tiró por la tremenda y decidió raptar a la muchacha cuando paseaba por Sicilia cogiendo flores inocentemente con algunas ninfas en un campo en Enna, Sicilia. La joven Perséfone, hermosa y despreocupada, se encontró con una flor muy bonita que había hecho brotar el propio Hades. Cuando fue a coger la flor, la joven sintió cómo la tierra temblaba bajo sus pies, se abrió un enorme abismo y Hades apareció, emergiendo de una grieta del suelo, antes de que Perséfone pudiera reaccionar este la raptó y la condujo en su carro de fuego al mundo de las tinieblas. Los mitos griegos siempre han sido muy suspicaces a la hora de valorar que el rapto de la joven se llevó a cabo con la complicidad de Zeus, sobre todo por el hecho de que allí también estuvieran sus hermanas y no pasara nada. Al pasar los días y comprobar que su hija no regresaba a su hogar, obviamente la reacción de la madre Deméter no tardó. Desesperada por la búsqueda infructuosa de su hija, inició un largo peregrinaje por el mundo en su busca. Pese a que consultó a todos los dioses y hombres que se cruzó en su camino, ninguno pudo darle noticia alguna de su paradero. La diosa, enfurecida por la desaparición de su hija, retiró sus favores a la tierra y la condenó de este modo a un invierno eterno. Los campos dejaron de producir frutos. El hambre y la muerte afectaron a la tierra, que se volvió estéril con la pena de la divinidad. Las ninfas fueron transformadas en las Sirenas por no haber intervenido. La vida quedó paralizada (otoño e invierno) mientras la desolada Deméter buscaba por todas partes a su hija perdida. Helios, el sol, que todo lo ve, terminó por contarle lo que había pasado. Deméter se enfrentó a Zeus advirtiéndole que si no aparecía su hija ni un grano de trigo germinaría. Deméter sospechaba que los dos hermanos estaban enterados del suceso, e intuía que posiblemente Zeus ayudó a preparar la estratagema a Hades. Deméter se enfrentó a Zeus advirtiéndole que si no aparecía su hija ni un grano de trigo germinaría. Deméter sospechaba que los dos hermanos estaban enterados del suceso, e intuía que posiblemente Zeus ayudó a preparar la estratagema a Hades. La intervención de Zeus, que descubrió la presencia de Perséfone en el inframundo, solucionó el conflicto. Zeus no pudo aguantar más la agonía de la tierra y para calmar la ira de la diosa de la agricultura obligó a Hades a devolver a su hija. El soberano del cielo envió a su mensajero Hermes para rescatarla y traerla de vuelta. Temeroso de una posible represalia por parte de Zeus, Hades accedió, pero ingenió una estratagema para lograr que Perséfone siguiera junto a él. La única condición que puso el astuto dios de los muertos para liberar a Perséfone fue que no probase bocado en todo el trayecto, a sabiendas de que según las leyes cualquiera, dios o mortal, que tomase algún alimento en el mundo de los muertos tendría que permanecer en él, por lo menos una vez en la vida y quedarse para siempre. Pero Hades le ofreció a Perséfone antes de su partida un grano de granada. La joven, confiada, se comió el dulce fruto y trató de regresar con su madre, otras versiones dicen que Hades la hechizó con un poderoso filtro de amor. Perséfone estaba atada al reino subterráneo para toda la eternidad Deméter insiste, necesita a su hija, porque es el vehículo de la fertilidad de los campos y sin su presencia todos los prados serán estériles. Para evitar la cólera de Deméter, Zeus hizo un pacto con Hades en el que en vez de que Perséfone volviera y se quedara para siempre, sólo tuviese que permanecer un tercio del año en el infierno y el resto del tiempo, dos tercios del año, estuviera con su madre en el mundo superior y así estaría contenta. Hades y Deméter aceptaron la decisión de Zeus. De esta manera explicaban los antiguos griegos la sucesión de las estaciones. Al término de ese período Perséfone tenía que regresar con su marido y gobernar como la diosa sombría de la muerte [estos viajes de Perséfone se relacionaban con las épocas del año en que al bajar al infierno Deméter dejaba la tierra estéril (otoño-invierno) y cuando subiera a la tierra devolvía la fertilidad a las tierras (primavera-verano)]. Mientras Perséfone está junto a Hades, Deméter, entristecida por la ausencia de su hija, niega sus frutos a la tierra, produciéndose el invierno. Sin embargo, cuando Perséfone regresa junto a su madre, ésta se llena de alegría y bendice a los mortales con la abundancia de la primavera. Así que sólo durante tres meses al año (los invernales) permanecen juntos en sus dominios y los restantes ella vuelve junto a su madre (en lo que es un claro mito agrario). Este hecho determina que Perséfone sea el símbolo de la vida vegetativa, que nace y muere con el cambio de las estaciones. En la primavera cuando las plantas brotan ella se eleva hacia su madre y vuelve a ser virgen y cuando llega el tiempo de la siembra, regresa a su mundo subterráneo, igual que las semillas que se colocan en las frías sepulturas de la tierra. Este es el origen de la primavera para la mitología griega. El tiempo que Perséfone pasa en la tierra es tiempo de alegría para las flores, que renacen y se abren con esplendor y vivos colores. Sin embargo, cuando Perséfone vuelve al Hades, se entristecen y se cubren con la nieve y el frío del invierno. En algunas versiones, Ascalafo contaba a los demás dioses que Perséfone se había comido voluntariamente las semillas de granada. Cuando Deméter y su hija estaban juntas, la tierra florecía de vegetación. Pero durante seis meses al año, cuando Perséfone volvía a los infiernos, la tierra se convertía de nuevo en un erial estéril. El descenso de Hércules al Hades Zeus tuvo un hijo con Alcmena, Heracles un hijo que sería el más poderoso de los mortales. Hera, esposa de Zeus, celosa por la infidelidad de su marido, hizo prometer a Zeus, cuando Hércules estaba a punto de nacer, que el príncipe que naciera antes del anochecer en la familia de Perseo sería el rey. Entonces Hera retrasó el nacimiento de Hércules y adelantó el de su primo Euristeo, que nació sietemesino. Hera quiso de todas maneras eliminar a Hércules enviando dos enormes serpientes para que lo estrangulasen en su cuna, pero el se libró de ellas ahogándolas con sus propias manos. De grande Heracles se casó con Megara con la que tuvo tres hijos. Hera irritada con Hércules lo enloqueció en su estado de ira mató a sus hijos, a su esposa y a dos de sus sobrinos. Cuando Hércules recobró la cordura, arrepentido, acudió al oráculo Delfos para pedir consejo a la pitonisa, quien le dijo que para pagar sus crímenes tenía que ir a Tirinto y servir a su primo Euristeo durante doce años y realizar diez trabajos que su primo le impondría (que acabaron siendo doce ya que su primo no dio por válidos dos de ellos) para obtener como premio la inmortalidad. En el último de sus trabajos, Euristeo ordenó a Hércules descender al Tártaro (el Reino de los Muertos), los dominios del temible Hades, capturar a Cerbero, perro monstruoso hijo de Tifón y Equidna, que tenía tres cabezas, una serpiente por cola y cabezas de serpiente a lo largo de su cuerpo, y llevarlo a Tirinto. Cerbero era el guardián de la puerta de entrada al Tártaro. Hércules descendió al Tártaro, guiado por Hermes y Atenea. Aterrado por el aspecto de Hércules, el barquero Caronte lo transportó sin reparos a la otra orilla de la laguna Estigia; cuando Hércules bajó de la barca de Caronte los espíritus de los muertos huyeron aterrados, con excepción de Meleagro y la Gorgona Medusa. Al ver a Medusa desenvainó su espada, pero Hermes lo tranquilizó diciéndole que no era más que un fantasma; cuando apuntó con una flecha a Meleagro, éste se rio diciéndole que nada tenía que temer de los muertos, y tras una charla amistosa Hércules, conmovido por la triste historia de Meleagro, prometió a éste que se casaría con su hermana Deyanira. Cuando Hércules pidió el perro Cerbero a Hades éste le dio permiso para llevárselo si conseguía dominarlo sin emplear armas. Tras un prolongado forcejeo con Cerbero logró vencerlo y se lo llevó a Micenas y tras presentarlo ante Euristeo lo devolvió a Hades. Heracles consiguió realizar las doce pruebas y vio pagado su pecado. Orfeo y Eurídice Orfeo era un poeta, músico y cantor prodigioso, fue reconocido por su música, tocaba la lira y la cítora, llegó a tener tanta excelencia que hasta las piedras y los árboles se conmovían, y por participar en la expedición de los argonautas. Se crio en Tracia, pero si es famoso por algo es por bajar al infierno para recuperar a su amada esposa. Orfeo se casó con la ninfa Eurídice. El día de su boda, Eurídice sufre un intento de rapto por parte de Aristeo, un pastor hijo de Apolo y rival de Orfeo. Ella escapa, pero en su carrera pisa inadvertidamente una víbora que le muerde un pie y le provoca la muerte prematura. El dolor que Orfeo sintió fue tan hondo que decidió adentrarse en el mundo de los muertos para pedir clemencia por su mujer y rescatarla de las fauces de la muerte. Con sus melodías Orfeo, pudo adentrarse en el Tártaro. Primero embelesó con su música al barquero Caronte, que consintió en llevarle a través de los pantanos del Aqueronte hasta la otra orilla de la laguna Estigia. Después sus cantos embrujaron al Cerbero, el perro que cuida la entrada de Hades. Su música tuvo el poder de detener los suplicios de los condenados, la rueda de Ixión dejo de girar, la piedra de Sísifo quedó en equilibrio, Tántalo olvidó momentáneamente su eterna hambre y sed, las Danaides dejaron de llenar su tonel sin fondo. Tampoco los tres jueces infernales quedaron indiferentes ante su música. Impresionados los dioses del Tártaro, Hades y Perséfone, ante tales pruebas de amor y habilidad, consintieron en devolverle a su amada. Sólo pusieron una condición, que Orfeo saliese con Eurídice de los Infiernos sin volver la vista atrás hasta que llegase a la luz del sol. Orfeo aceptó y comenzó a caminar hacia la salida al mundo exterior. Cuando ya estaba cerca de la luz, no puede contener su impaciencia, le asaltó el temor de haber sido burlado e incapaz de resistirse volvió la mirada para comprobar que su esposa le seguía. En el momento en el que sus ojos se posaron sobre su mujer, Eurídice desapareció para siempre, se convierte de nuevo en sombra. Solo, desolado, como si dejase en las sombras la mitad de sí mismo, Orfeo vuelve a la superficie de la tierra. Ya nada podrá hacerlo sonreír. Su canto se hace triste para siempre, de una tristeza infinita, como si el poeta estuviera sólo esperando el momento de la muerte para volver a ver a su amada. Tras haber errado por toda Tracia para liberarse de su desesperación, Orfeo perdió la vida de manera extraña. Las Becantes enamoradas del poeta intentaron seducirlo. Y él, negándose a ellas en nombre del recuerdo de Eurídice, trató de escapar por el bosque. Pero las mujeres tracias lo siguieron y consiguieron atraparlo. Furiosas, le despedazaron las ropas y le rasgaron la carne. Su cabeza, sin embargo, erró por las aguas dejando todavía oír su voz. Hecho pedazos el cuerpo del poeta, su alma al final libre puedo partir a los Infiernos. Y allí unido a Eurídice, deambula por las melancólicas praderas y bosquecillos del reino de Plutón, cantando al amor, más y más grande que la muerte. Minta y Leuque Andando en su carro de oro por el Averno, Hades vio a una ninfa infernal llamada Minta y quiso poseerla. Sin embargo, cuando iba a hacerlo, apareció su esposa Perséfone y transformó a la ninfa en la planta de la Menta, frustrando así las intenciones de Hades. Este mito explica la utilización de dicha planta en los rituales funerarios. En otra ocasión Hades intentó violar a la ninfa del averno Leuque. Como la anterior ocasión, Perséfone intervino de nuevo y transformó a la ninfa en un álamo blanco. Perséfone la hizo arraigar en las cercanías de la Fuente de Mnemosine. Cuando Heracles visitó el reino de Hades, cansado, se acercó a descansar cerca de esta fuente y con las hojas de Leuque secó su sudor. Las hojas inmediatamente cambiaron de color, por un lado blancas, y por otro negras, siendo una señal del gran poderío de Heracles, tanto en la tierra, como en el mundo de los muertos. Eros y Psique Psique era la menor y más hermosa de tres hermanas, hijas de un rey de Anatolia. Afrodita, celosa de su belleza, envió a su hijo Eros (Cupido) para que le lanzara una flecha de oro oxidada, que la haría enamorarse del hombre más horrible y ruin que encontrase. Sin embargo, Eros se enamoró de ella y lanzó la flecha al mar; cuando Psique se durmió, se la llevó volando hasta su palacio. Para evitar la ira de su madre, una vez que tuvo a Psique en su palacio, Eros se presenta siempre de noche, en la oscuridad, y prohíbe a Psique cualquier indagación sobre su identidad. Cada noche, en la oscuridad, se amaban. Una noche, Psique le contó a su amado que echaba de menos a sus hermanas y quería verlas. Eros aceptó, pero también le advirtió que sus hermanas querrían acabar con su dicha. A la mañana siguiente, Psique estuvo con sus hermanas, que le preguntaron, envidiosas, quién era su maravilloso marido. Psique, incapaz de explicarles cómo era su marido, puesto que no le había visto, titubeó y les contó que era un joven que estaba de caza, pero acabó confesando la verdad: que realmente no sabía quién era. Así, las hermanas de Psique la convencieron para que en mitad de la noche encendiera una lámpara y observara a su amado, asegurándole que sólo un monstruo querría ocultar su verdadera apariencia. Psique les hizo caso y encendió una lámpara para ver a su marido. Una gota de aceite hirviendo cayó sobre la cara de Eros dormido, que despertó y abandonó, decepcionado, a su amante. Cuando Psique se dio cuenta de lo que había hecho, ruega a Afrodita que le devuelva el amor de Eros, pero la diosa, rencorosa, le ordena realizar cuatro tareas, casi imposibles para un mortal, antes de recuperar a su amante divino. Como cuarto trabajo, Afrodita afirmó que el estrés de cuidar a su hijo, deprimido y enfermo como resultado de la infidelidad de Psique, había provocado que perdiese parte de su belleza. Psique tenía que ir al Hades y pedir a Perséfone, la reina del inframundo, un poco de su belleza que Psique guardaría en una caja negra que Afrodita le dio. Psique fue a una torre, decidiendo que el camino más corto al inframundo sería la muerte. Una voz la detuvo en el último momento y le indicó una ruta que le permitiría entrar y regresar aún con vida, además de decirle cómo pasar al perro Cerbero, Caronte y los otros peligros de dicha ruta. Psique apaciguó a Cerbero con un pastel de cebada y pagó a Caronte un óbolo para que le llevase al Hades. En el camino, vio manos que salían del agua. Una voz le dijo que les tirase un pastel de cebada, pero ella rehusó. Una vez allí, Perséfone dijo que estaría encantada de hacerle el favor a Afrodita. Una vez más pagó a Caronte y le dio el otro pastel a Cerbero para volver. Psique abandonó el inframundo y decidió abrir la caja y tomar un poco de la belleza para sí misma, pensando que si hacía esto, Eros le amaría con toda seguridad. Dentro estaba un «sueño estigio» que la sorprendió. Eros, que la había perdonado, voló hasta su cuerpo y limpió el sueño de sus ojos, suplicando entonces a Zeus y Afrodita su permiso para casarse con Psique. Éstos accedieron y Zeus hizo inmortal a Psique. Afrodita bailó en la boda de Eros y Psique, y el hijo que éstos tuvieron se llamó Placer o (en la mitología romana) Voluptas. Hades y Teseo Pirítoo había oído hablar de la fama de Teseo, hijo de Etra y Egeo, y para comprobarla robó ganado que pertenecía a este último. Cuando Teseo lo persiguió, Pirítoo estaba dispuesto a enfrentarse a él pero antes de ello surgió entre ellos una admiración mutua que hizo que se juraran amistad eterna. Teseo y Pirítoo fueron amigos inseparables, y participaron juntos en hazañas bélicas de su época, como la expedición de los Argonautas para conquistar el Vellocino de oro, la caza del jabalí de Calidón o la lucha de los lapitas contra los centauros, que tuvieron lugar en la boda de Pirítoo, cuando los ebrios centauros decidieron raptar a las mujeres. Decidieron demostrar su valía raptando y desposando a dos hijas de Zeus: Mientras Teseo escogió a Helena, hija de Zeus y Leda, que a la sazón contaba apenas diez años y naturalmente todavía no era esposa de Menelao ni había sufrido el segundo rapto más famoso y trascendental, Pirítoo escogió para si a Perséfone, hija de Zeus y Deméter. Teseo logró su objetivo: Ambos amigos se dirigieron a Esparta y se trajeron cautiva a Helena mientras aún era una niña y la dejaron prisionera en su palacio de Atenas. Tras esto, Teseo decidió colaborar con su amigo Pirítoo en la consecución del objetivo. Ambos decidieron bajar a las profundidades de los dominios de Hades en busca de Perséfone. Pero el dios Hades conocía sus intenciones y les tendió una trampa: fingiendo que les ofrecía una cálida acogida en su morada les invitó a un banquete y una vez que los tuvo sentados en sendos tronos a la mesa, enormes serpientes surgieron del suelo y se enroscaron en torno a los dos compañeros, forma que cuando quisieron levantarse no pudieron, aprisionándolos de tal modo que los dejó adheridos a los asientos. Cuando Heracles, en su duodécimo trabajo fue en busca de Cerbero, estando en el Hades, los encontró encadenados. Al ver a Heracles, tendieron sus manos hacia él, como si fuesen a ser resucitados gracias a la fuerza de éste. A Teseo, agarrándolo de la mano, logró alzarlo, pero tuvo que abandonar a Pirítoo ya que, al intentar levantarlo, tembló la tierra, por lo que éste se quedó para siempre en el Hades, condenado por toda la eternidad por la impiedad de haber ofendido a un dios tratando de raptar a su esposa. Mientras Teseo estaba en el Hades, los Dióscuros, Castor y Pólux, hermanos de Helena, liberaron a su hermana, y en venganza se llevaron a Etra, la madre de Teseo, como esclava que pasó al servicio de Helena quien se la llevó a Troya al ser raptada por Paris, hasta que los griegos la liberaron al ocupar la capital del reino de Príamo. Después de ser rescatado por Heracles del inframundo, Teseo volvió a Atenas, pero se encontró el reino en franca rebeldía contra él, fue expulsado de allí por Menesteo que se había apoderado del trono con el beneplácito del ejército y de parte de sus súbditos, y decidió establecerse en la corte del rey de Esciros, Licomedes, donde además tenía posesiones. Los habitantes de Esciro lo recibieron aclamándolo, por lo cual Licomedes, rey de la isla, envidioso de la gloria del ateniense y quizá sobornado por Mnesteo, decidió darle muerte. Para ello, hizo que se despeñara desde lo alto de un acantilado cuando más confiado se hallaba. Su cuerpo terminó por estrellarse contra la arena de la playa.
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